lunes, 18 de octubre de 2010

Devenir

Había conducido toda la noche durante horas. Era el momento de iniciar una nueva vida y romper con toda la rutina del pasado. Ya no había vuelta atrás. El trabajo y la soledad habían hecho mella en su rostro y las grandes calles sembradas de seres vivos sin raíces eran el devenir en la desesperación. O quizás no estaban tan vivos. Despertador. Afeitado. Autobús. Trabajo. Comer. Trabajo. Ver la televisión. Dormir. A veces una parada en el Timberland’s Café para tomar un whisky solo, él solo.

Se le cruzaron los cables. Ahora estaba con su Olds quemando millas y millas sin mirar atrás. Aquello no era una forma de vivir. Ni siquiera le daba tiempo para poder conocer gente, una chica, alguien a quien esperar o que le esperen al llegar a casa. Nick ya se había hecho mayor, ya no eran las juergas de veinteañeros en las que una noche sin dormir no eran un impedimento para continuar con la rutina. Se había casado con una chica del norte, diez años menor que él y con más pájaros en la cabeza. Hacía ya cuatro años que se habían comprado una envejecida y oxidada caravana y habían decidido viajar hacia el Canadá. Cuatro años sin amigo.

Los bares a veces ayudan a conocer gente, pero en el Timberland’s los clientes eran los habituales. Borrachos perdedores que buscaban compasión en el fondo de un vaso. Prostitutas perdidas en busca de un sitio donde encontrar calor cuando pasa el prime time. Ejecutivos que volvían perdidos de una fiesta de ascenso para tener que descender a las hogueras del infierno. Nadie con quien poder intimar. Había estado varias horas bebiendo hasta que empezó a anochecer y decidió marcharse a casa.

Se había quedado dormido. Despertó ya bien entrada la madrugada y, al igual que había hecho durante tantos años de su vida, se afeitó, cogió una pequeña maleta con algo de ropa y las llaves del coche. Toda la noche conduciendo. Ahora lo único que sabía es que el Sol estaba saliendo y se encontraba en Kansas. Sí, lo mejor era iniciar una nueva vida. Comprar una pequeña granja y vivir del cuidado del ganado y la siembra, sería un hombre nuevo en un lugar desconocido, donde no tuviera que rendir cuentas a nadie y donde no lo tomaran por ese borracho habitual de Timberland’s. Los pocos ahorros de varios años de trabajo serían suficientes para adquirir una modesta casa de campo y adecentarla. Sería su morada.

La bocina de un camión al llegar al café de la gasolinera le devolvió a la realidad. Sentado en una mesa había ascendido en los sueños planificando un futuro incierto pero bien hilado. El café estaba empezando a enfriarse y debía llegar al pueblo para buscar alguien con ganas de vender.

Pero siempre que se hace un cambio drástico hay que romper con todo el pasado. Dejarlo todo atado y bien atado, así no habría problemas en un futuro. Con la antigua vivienda no había problema, la casera se la encontraría vacía, con todas las mensualidades pagadas y una nota. Breve, pero suficiente. No tenía lazos con nadie a quien dar explicaciones.

Sí. Aquella mañana de octubre se le cruzaron los cables. Había matado a su jefe.

Juanjo Sánchez