jueves, 15 de julio de 2010

Taquicardia de cabeza, dolor de corazón

Hay ocasiones en las que es mejor no pensar en nada. Aunque parezca irónico, era lo que en aquél momento pasaba por su cabeza. El ambiente frío en el espacio exterior. Debía ser invierno. Se adentraba la soledad en una habitación sombría de un décimo piso. Brooklyn. Aquel diseño parado treinta años atrás se adueñaba de la luz y todo el color que el cielo encapotado dejaba transmitir. Una habitación amplia, forrada de estanterías, libros, todo desordenado, todo esparcido como quien ha tenido una noche de borrachera intelectual.
Con barba de un par de días, vestido con un elegante traje sport negro y peinado hacia atrás, miraba a través de la ventana el vacío de la calle, la amargura del vacío general. Eran las cinco de la tarde, aunque estaba ya anocheciendo. Eran tres, los vasos con hielo que había decantado. ¿De qué sirve la ilusión si desaparece cuando está en el culmen?
Si esta es una forma de vivir, prefiero la certeza de lo cotidiano, la tranquilidad de quien echa a andar sin mirar al pasado. Resulta curioso. Es como aquella vez en la que de pequeño, te regalan el juguete que tanto has deseado, por el que tanto has llorado, por el que tanto has sentido, para luego quedar olvidado en un cajón. Tirado dentro de una vieja maleta, en una de esas limpiezas que se hacen todos los veranos. Esta vez era distinto. El juguete te lo habían enseñado, no te habían dejado tocarlo. Te habían puesto la miel en los labios para después, apartártelo de tu mirada. Pero ahora es distinto. Nada que ver. Ya no era un juguete. Cuando los sentimientos entran en juego tienes todas las de perder. Es la ruleta rusa de la vida.
La locura comenzó dos semanas atrás. Quizás eran las ansias de poder. Quizás la superación del límite ingerido de forma incontrolada. Seguramente la soledad le marcaba el sino. Los garitos de altas horas son apropiados para recoger a los apartados, indeseados o simplemente a aquél que se ha perdido en la noche. El problema está cuando en esos momentos se cruza en tu camino alguien como tú, aunque con diferencia de género.
Todo había transcurrido de la forma más normal. Un intercambio de palabras, una comunicación de experiencias y sentimientos. Nada más. Nada más allá de la distancia ínfima pero existente que separan el uno del otro. El tiempo hizo que los estragos del alcohol jugaran malas pasadas. ¿Qué pasaría después? ¿Por qué tuve que beber tanto? ¿Por qué la perdí de esta manera? ¿Se marchó? ¿Siguió presente? Lo único que estaba claro es que existía. La luz de sus ojos y la sonrisa formaban un todo en su cabeza. No había duda de que había pasado por su vida. Lo que no sabía, era de qué forma.
Las noches se hicieron largas. Deambulando por la habitación intentaba encontrarle sentido a algo que ni siquiera recordaba. Siempre igual. ¿De qué sirve un golpe de suerte si de un zarpazo me parte la boca? El caso es que todo volvía a estar como antes. La misma soledad. Pero con una nueva inquietud. Qué extraño. Aquél sentido de vacío era distinto. Ahora estaba sentado mirando la ventana. El cielo robado. ¿Por qué no borrarla de mi cabeza? En muchas ocasiones una oportunidad debe aprovecharse al máximo. Aquella era una de esas. Seguramente sucedan una vez. Seguramente vengan marcadas por el destino. El caso es que a veces el diablo se pone de tu parte. Llamaron a la puerta.

Te prometí que vendría a buscarte.

Juanjo Sánchez

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